OSCAR, un policial metafísico

“También el jugador es prisionero,
-la sentencia es de Oscar-, de otro tablero,
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador y éste a la pieza,
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?”
Jorge Luis Borges

 

SOBRE EL PROYECTO:

La obra está montada sobre una casa. Hay dos planos de ficción: un grupo de adolescentes que juegan al rol y el juego en sí, la historia real.
En la casa hubo hace años una fiesta seguida de muerte. Una desaparición, una hipótesis científica a comprobar. Van a descubrirla.
Nadie parece estar a cargo. La casa es un punto de encuentro. Pero ese no es el principio. Antes de ser convocados cada uno de ellos inició una búsqueda: un deseo. Buscaban algo que los estaba buscando. Entraron en la casa como presas de su propia cacería. Pero ese tampoco fue el principio. El principio fue otro, anterior a ellos, cuando se escribieron las tarjetas que asignaron un rol a cada uno. Alguien las escribió pero nadie se pregunta quién lo hizo. Mejor así.
Una convocatoria de modalidad idéntica: anónima, atrayente, por correo.
Jugarán a prestar sus cuerpos a la repetición literal de aquella historia y se proponen develar el misterio: ¿qué pasó esa noche en la casa de la calle Trelles de Buenos Aires? ¿Qué fue “La fiesta de la ciencia y quien Samudio Margulis?
Cada jugador se asume como uno de los invitados. Una vez en el rol, cada uno lo compone desde la culpa de haber sido el asesino. Revivirán una noche lejanísima. Serán personas más adultas de lo que nunca fueron.
El juego los toma: sienten como aquellas personas, piensan como ellos, viven un ritmo intemporal de espectros, la muerte ya no es un juego, sienten que son esa gente en la misma casa, encontrando tantos años más tarde la respuesta al plan de Samudio Margulis, y encontrando más: la íntima compañía de la soledad, el dolor de la ternura, lo imposible, la pasión de mujeres y hombres adultos que por una noche desean tanto ser adolescentes...
Un personaje que no fue invitado ni aquella noche a la fiesta ni esta noche al juego, es la clave del crucigrama: Oscar, el inconsciente. Una luz al fondo del túnel.
Los invitados viven una fiesta, saben, que el más que famoso Samudio Margulis estará, es el organizador, o el anfitrión o ambos. Su rúbrica no figura en ninguna invitación, pero su nombre fue mencionado una y mil veces esta noche. Y cómo negarse entonces a ir a esa casa de la calle Trelles de Buenos Aires a pasar un momento, si es tan sólo eso, un momento entre muchos, uno más. Quizás un encuentro, quizás sólo bailar, conocerlo en persona, un sueño más real que un sueño. Otra búsqueda.
Las tarjetas se reparten. Un chico taciturno asume el rol de coordinador y de ser un hombre de ciencia del siglo XIX. Otro más excéntrico recibe el rol de asistente, debe acompañarlo. Una misión para ambos, como la de aquella noche: “Hay que matar al inconsciente”. Tres chicas muy cerca del amor deben contraconspirar: “Hay que recuperar al inconsciente”. Comienza el juego.
El jugador Samudio Margulis no llega, al igual que el controvertido Científico de la historia. “Los conspiradores” han decido colocar un maniquí y pasarlo por Margulis ensangrentado. No suspender la partida. Empiezan a darse cuenta que jamás hubo un muerto, que esto era parte del plan científico. Ante la culpa del resto por el asesinato, les surge la culpa por el engaño de los verdaderos doctores de la fiesta de aquella noche.
El juego toma una dimensión que no esperaban. Debaten y deciden. Van a quedarse y seguir hasta el final. Algo no es como había sido planeado, pero aún hay por descubrir.
To play the game es cuestión de honor.
Una creación colectiva de Sala 4

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